Ya es de día.
No he dormido.
En las calles naufragan los periódicos
en mitad de un mar grisáceo
que se pierde en el horizonte.
Hay quienes se ahogan en sus mareas,
hay quienes se mueren sin ellas,
a mí,
no sé si me da sed,
o si me entristece.
Me pongo a caminar
sin rumbo,
no sé a dónde voy,
no sé qué estoy buscando,
sólo sé,
con certeza,
no creo saber nada.
No sé nada
porque no comprendo el mundo,
el funcionamiento de la vida,
los engranajes de la muerte,
las pretensiones de los hombres,
sus pasiones,
por qué se levantan fronteras,
por qué duelen las espinas,
los alambres,
por qué se mata la gente,
por qué dejamos que muera.
Acaso no somos iguales,
quién decide
que a una persona
a la que se le ha quitado todo,
su hogar,
su tierra,
su libertad,
ahora también se le quita su sangre.
No sé nada
porque sigo sin comprender el mundo.
el color de los pastos,
las heridas de la piel,
el veneno del amor,
la adicción al sufrimiento.
Dónde fue a parar el arte,
dónde se esconde la luna,
dónde se olvidan los recuerdos,
dónde se crean los sueños.
Por qué se levantan fronteras,
por qué duelen las espinas,
los alambres,
por qué se mata la gente,
por qué dejamos que muera.
Son demasiadas palabras
para tanto silencio,
versos escritos con sangre
y agua salada,
el ruido infernal de la calle,
tapando las lágrimas
de un pueblo desamparado,
un invierno servido en un café,
una primavera sin flores,
las llamas del verano
sobre la piel,
de aquellos a los que en otoños
se les cayó el mundo.
No sé nada
porque jamás comprenderé al mundo.
La suciedad de las calles,
las promesas caducas,
la afonía del viento,
los corazones desiertos.
Cuándo se acabará el hambre,
cuándo terminarán las guerras,
cuándo depondrán las armas,
cuándo dejaremos de ser de piedra.
Por qué se levantan fronteras,
por qué duelen las espinas,
los alambres,
por qué se mata la gente,
por qué dejamos que muera.