Jugamos
a estrechar la mano,
a besar en la mejilla,
a hacer contrabando
de sentimientos ajenos,
a vestir de etiqueta,
a beber gin tonic,
a bailar cogidos
cintura con cintura,
a caminar deprisa,
a no llorar,
a pecar por hablar
y a hablar de pecados,
a no mirarnos a los ojos,
a hacernos daño,
a dormir
en el lado derecho de la cama.
Jugamos,
tanto,
que olvidamos que somos niños
gateando en un mundo de adultos.