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el cajón de arena

partículas en vuelo

mes

enero 2013

Las calles están vacías

Un hombre con sombrero

sentado sobre un banco,

mira detenidamente

el parpadeo de un semáforo.

Las hojas lo rodean

y bailan bajos sus pies

y sobre sus pisadas.

En la lejanía

puede verse

una bicicleta anoréxica

dentro de una cochera.

Pero no hace falta irse tan lejos.

A escasos metros

se ríe un charco.

En el parque de la plaza,

la melancolía pinta los edificios

de gris y de negro,

haciendo llorar a un sauce.

Las calles están vacías

y en las aceras

naufragan los periódicos.

Se oyen ladridos

que cesan en el silencio

pero no se ven perros,

tan sólo se ven correas.

El frío marcha

por las avenidas

en formación

y los trenes

plagados de telarañas

de sueños sin cumplir,

se aferran al hierro de sus vías

llegando a llagarse las manos.

La luna ,día y noche

abre su posada

al humo de las chimeneas.

No quedan estaciones.

El invierno murió hace mucho

y la primavera

se perdió en su funeral.

La lluvia dejó de visitarnos;

se la bebió el verano

en un café color otoño

con dos terrones de azúcar

envueltos en sal

y tequila.

Las calles están vacías

y en los escaparates

desfilan los pecados capitales.

Soledad es una niña

desnuda y desnutrida,

que recoge agua de los charcos

con una botella de plástico.

Bebe de su soledad

sumergida y sucia

de sucias alcantarillas.

Mientras, la tristeza muerde el cielo

y el cielo se quiebra en llantos,

¿quién ha escondido la vida?

¿dónde se encuentra?

Las tejas lloran solitarias

la ausencia de los viernes de póker

de los gatos callejeros

e imitando el ronroneo,

están los canalones

filtrando el agua

entre sus dedos de latón.

Los árboles no florecen.

A excepción del sauce que llora,

se abrigan con bufandas y guantes.

El viento marea

a una cuchara desamparada

dentro de una taza

de porcelana

donde yacen,

desechos,

restos del otoño.

Aquel hombre se levanta

ayudado por vejez,

su fiel bastón

al que acompaña

y paseando por la calle,

suspira su viejo cayado

y crujen sus cervicales.

Los edificios en ruinas

luchan por resistir

a las embestidas de la tristeza,

que los golpea como bolas de demolición.

Las golondrinas

jamás regresaron,

murieron fatigadas

por no tener donde anidar.

El sol

se quedó ciego

hace ya tiempo,

golpea con su varilla

a los satélites,

para dejarse ver.

Aunque él, no vea.

Las calles están vacías

y la tierra, ensangrentada,

se retuerce de dolor.

No hay luz,

porque ya no hay nadie,

en la oscuridad,

que la reclame.

El paseo se alarga

pasando por nuevas avenidas

llenas de desesperación.

En una esquina,

colgado de un picaporte,

descansa la pasión

de alguna mujer,

que se vendió

al dueño de la cartera

que yace en el asfalto.

En el suelo,

la embriaguez

sujeta una botella de ron

vacía,

y el alcohol se escapa

navegando

por las alcantarillas.

A lo lejos,

de nuevo,

se ve en el puerto

un pañuelo blanco

hondeando

y despidiéndose

del regocijo

De fondo,

se oye la sirena

de algún transatlántico,

recitar poesía.

Ahora es el mar

el lugar

donde se naufraga

y las vías del tren,

donde tumbada

sobre una hamaca

reposa una dama de negro.

Las calles están vacías

como un vaso de cristal

tirado en una cuneta.

Con tan sólo un suspiro

Cuando el frío invierno

acaricia cada mañana

el cristal que os separa,

deja sus huellas

en forma de escarcha.

Apoya su frente

y con tan sólo un suspiro

empaña tus ojos.

Susurra.

Una y otra vez susurra

como si quisiera llamarte.

Ven,

envuélvete en mi manto

y sueña.

Ven.

Jugando a cadeneta

Mi infancia me persigue

en los días de lluvia.

Cuando las lágrimas

que caen desde los cielos,

se posan en mi ventana

jugando a cadeneta.

Soy poesía

No pretendo ser quien soy,

ni aparentar lo que tengo.

Tan sólo quiero dejar

una huella,

ínfima, efímera.

La esencia de lo siento.

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